lunes, 20 de agosto de 2012

Flores a la entrada de tu habitación

El sol brilla (y mucho) a través de la ventana. Desde aquí puedo ver al fondo las montañas, el soplo ligero de aire que mueve el campo, los chicos jugando. Es un paisaje tranquilo que me gusta. Pero el sol me mira.
...
Aquí el sol no hace prisioneros. En esta carcumbre de asfalto que es la ciudad, el inextinguible Astro Rey es el juez supremo de todas las decisiones veraniegas. Como si de uno de sus designios malvados se tratase, hace restallar su látigo contra los edificios y nos mata de sed. Toda la bruma apenas contenida en un trozo insignificante de nube se evapora al rozar con uno de los destellos dorados que refulguen a lo largo del cielo azul, brillante y perlado como ningún otro.
Aquí no hay montañas, no hay aire. Un vapor viscoso fluye de las alcantarillas a la nariz de la gente en un continuo sin atisbos de finalizar. Los niños no juegan, las calles están desiertas. Ni los lagartos, otrora activos, salen a rendir cuentas al sol.
El Edén murió de insolación a los pies de tu casa, sus ramas ascendieron hasta tu cuarto, pero ahí murieron, en el umbral de tu habitación, donde todo anda calcinado durante un tiempo.
Desde la canícula más abrasadora jamás vista.

Bloom-Withno