martes, 31 de enero de 2012

Zafoneando

El cielo gris cubría Barcelona de un aspecto infernal en esta mañana de Agosto. Yo trabajaba en una pequeña tienda de libros custodiando las novedades que surgían de los más recónditos lugares de la Ciudad Condal, la ciudad donde nunca sale el sol.
Llovía torrencialmente y la cúpula grisácea me acompañaba en mis paseos en el tranvía, mientras hojeaba el último libro que había caído en mis manos: Un manuscrito de un hombre con un oscuro pasado (vale, esto no lo sabéis, pero soy yo el que está contando la historia. ¿He dicho ya que Barcelona era gris?), un oscuro pasado que me arrastraba a sumergirme por la España franquista. La historia iba de lo siguiente: Un hombre, erudito y afectuoso, se enamoró de quien no debía. Y rodaron cabezas.
Esta historia cayó en mis manos gracias a la providencial visita de mi amigo Joaquín Romero de Flores, artista del mangoneo y muerto de hambre sin igual. Fue él quien me habló del Sepulcro de los Libros Apestados, donde se almacenaban historias oscuras (si os fijáis bien, oscuras como Barcelona) de crímenes sin resolver y enigmas en los Palacios en épocas del franquismo. Todo muy lúgubre y gótico. Como Barcelona (¿He dicho ya que era gris, Barcelona?).
Mi interés por la historia creció, y todos los días cogía el tranvía que me dejaba en el Tibidabo. Era un único trayecto, cogía el tranvía y bajaba allí, no tardaba ni diez minutos, pero me gustaba tanto montar en tranvía que hacía el viaje unas veinte o treinta veces antes de bajarme. Y allí estaban los palacios. Palacios, tranvías, tranvías, palacios. Barcelona, gótica, gris, lúgubre. Había un palacio que me gustaba mucho, y puesto que la historia que estaba leyendo hablaba de un crimen en Barcelona (donde nunca sale el sol) me sedujo la idea de ir a uno de esos palacios y leer la novela allí. Eso y llevarme mi ejemplar porno donde podía masturbarme sin que nadie pudiera verme.
Adoraba pasear por esos pasillos, lúgubres y grises (como toda Barcelona en definitiva) desnudo mientras miraba las fotos de mujeres en posturas indecorosas. Me sentía libre.
En uno de mis paseos habituales sin ropa descubrí lo que parecía ser una cripta, pero en realidad era una habitación donde se almacenaban trofeos y medallas de un bar, algo nada glamuroso para un palacio.
Al salir del palacio, la lluvia volvió a perseguirme (la gótica, lúgubre y gris Barcelona, donde llueve trescientas veces al año) y volví a subirme al tranvía en dirección a casa, eso sí, mas desahogado. Algunos días, al bajarme del tranvía, me subía en dirección contraria otra vez. Una vez lo hice cincuenta veces. La gente me decía que era un poco idiota, pero me daba igual, era yo el que se paseaba desnudo en un palacio abandonado, no ellos. Ja.
La historia me atrapó por completo y hasta tuve ensoñaciones: Me creí un personaje de la novela. Mis padres me miraban con cara rara cada vez que les decía que un polícia quería matarme, y que la mujer a la que amaba murió por mi culpa. De hecho, enloquecí tanto que mi buen amigo Romero de Flores también se creyó ser un personaje de la novela, y tuvimos la certeza de que el Sepulcro de los Libros Apestados era real. Todo esto acabó el día que nos duchamos.
Con el tiempo, mi locura transitoria desapareció y dejé mi afición por los tranvías, y puedo decir hasta el día de hoy que mi percepción de la realidad es clara. Por cierto, ¿os habéis fijado lo gris que es Barcelona? Mejor voy a darme una vuelta por el Palacio...
P.D.: Tengo un montón de texto e historias similares (por no decir iguales) que podría aprovechar para una tetralogía (como mínimo).
En Barcelona, esa ciudad oscura...

Bloom-Withno

lunes, 30 de enero de 2012

Amor

"Cause to the universe I don't mean a thing
And there's just one word that I still believe and it's
Love,... love. love. love. love."
(Letra extráida de la canción "Love Boat Captain", del grupo Pearl Jam)

Siempre ha existido, queramos reconocer o no, una tendencia a evitar la demostración pública de las emociones. En resumidas cuentas, una exaltación amistosa o amorosa conllevaba al mismo tiempo sentirte vulnerable. Asi que la sociedad, tan sabia como es siempre cuando la masa decide, dictaminó esconder el corazón entre capas y capas del más duro acero, tapiando arterias peligrosas para que afloraran sentimientos.
Contraponiendo a esto, los movimientos opuestos, como los hippies, flower power y derivados contribuyeron a que exteriorizar sentimientos resultara grotesco. Y es que, admitamoslo, ser hippie y alabar la presunción del amor a todo era una absoluta patraña. Los hippies nunca entendieron de amor.
Y entre tanto amor fraternal y silencios sepulcrales de amistad, la Humanidad siguió su curso.
Pero, ¿qúe hicimos con el amor? El abrazo, las caricias, los sentimientos hacia el prójimo, un prójimo que te quiere y te respeta. Una familia, un vínculo, algo sagrado de lo que no se puede renegar. Sentimientos que calan en lo más hondo y penetran en el alma, pero solo afloran en momentos críticos. ¿Por qué hemos llegado a eso? ¿Por qué, nosotros, hemos decidido no demostrar cariño? Nunca pierdas la oportunidad de decir a alguien que lo quieres.
Respetar al enemigo, si existiese, es también una muestra de amor. De respeto en la lucha, de saber contra quien te mides, estando más cerca de lo que crees por raro que te parezca. Porque al igual que hizo Aquiles con Héctor después de matarle, le besó en la mejilla y esperaba encontrarle pronto. Nosotros, seres racionales que vivimos en sociedad, trabajamos mejor desde el cariño. Demostrado está que a palos el ser humano rinde menos que si se le trata con cariño y respeto.
Pero nos empeñamos en negarlo. Encendemos la tele y fagocitamos todo lo que nos dan, nos convierten en máquinas autómatas que viven instaladas en el miedo, priorizando cosas que no deberían ser de primer orden, abecerrando nuestra mente (perturbada ya de por sí) y enfriando nuestros sentimientos. Y los sentimientos se reprimen, hasta que dejan de reprimirse, y sus consecuencias son devastadoras. El ser humano, criado en sociedad, se siente solo, no escuchado, no querido. Lo sabemos, y lo aceptamos. Hasta ahora.
Desde aquí se instaura el derecho a No Sentirse Solo. En escuchar al prójimo y juntos crear un mañana mejor, sin identidades, sin fronteras, sin banderas, sin barreras, donde un hombre valga lo que vale su amor por los demás, por un Mundo donde el dinero no tenga importancia y la avaricia sea cosa del pasado. Donde todos podamos crear y construir, ser piezas esenciales de un engranaje, la vida, que sea duradero por los siglos de los siglos.
Mañana está demasiado léjos, el momento es ahora.
Bloom-Withno

viernes, 13 de enero de 2012

Historias a un amigo (4 de 4)

En el parque

Paseo por la gran avenida que divide el parque al tiempo que las hojas caen de los árboles poco a poco, mientras el viento hace su trabajo y las barre en pequeños remolinos. A mi lado corren niños sin cesar, más grandes, más pequeños, con una pelota en las manos. Siempre una pelota y muchos niños detrás. A veces alguno llora, otro tiene el chándal roto y su madre lo regaña, lo que suele suceder toda la vida.
Las bicicletas pasan a mi lado a velocidad de vértigo y uno se da cuenta de que ya no tiene edad para hacer este tipo de cosas. Queramos o no, nos hacemos mayores.
Las niñas saltan a la comba con una facilidad inusitada y me pregunto si era así también en mi época, o es que los niños son ahora más enérgicos y ágiles que en mis tiempos de niñez. Puede ser la alimentación, la calidad de vida, alguna cosa de ésas que los que saben de esto dicen por la televisión. En algo tendrán que rellenar el tiempo y justificar su sueldo, me temo.
Oigo un murmullo que se va acercando poco a poco y por mi lado pasan varios jóvenes corriendo. Tienen pinta de ser de un equipo o algo parecido. También frente a mí veo hombres y mujeres corriendo. Haciendo footing lo llaman. Demasiado moderno para mi edad. Correr siempre será correr, o al menos eso creo yo. Claro que en mi época no teníamos tiempo para hacer cosas de este tipo. Pocas ganas tenía uno de ponerse a correr después de estar quince o dieciséis horas trabajando de pie derecho, lo que te apetecía era coger la cama rápidamente.
Me detengo cerca de un banco y me siento. En los columpios unos niños juegan, otros intentan escalar unas cuerdas, y la fuente no para de ser visitada por los sedientos deportistas. Con la vista busco perros. En un parque siempre hay perros. Tampoco encuentro demasiados, la mayoría preocupados en sus cosas, aunque alguno hay que corre junto a su dueño. Me pregunto si los perros quieren correr o el dueño les obliga.
Giro la cabeza y veo en un banco a tres hombres, quizá más mayores que yo. Uno lleva bastón y gafas, parece muy mayor, casi de la edad del banco donde está sentado y apenas habla; Otro, más joven aunque con el pelo ya canoso es el que lleva la voz cantante en la conversación, acompañando sus palabras con gestos ostensibles sin ninguna dirección clara, lanzando los brazos al viento; al tercero se le ha caído el pañuelo al suelo y es incapaz de agacharse a por él sin un gran esfuerzo. Se vuelve a sentar sudando como si hubiera corrido un kilómetro. Alrededor de ellos veo migajas de pan esparcidas por el suelo, y a los pájaros que se ponen las botas con ellas. Las hormigas también sacan tajada de todo esto. Es el ciclo de la vida, supongo.
Cerca de una arboleda veo un grupo de gente que está haciendo gimnasia de mantenimiento. Los veo haciendo ejercicios, estiramientos, en un ambiente saludable. Vuelvo a mirar a los ancianos del banco. Pienso en mi futuro. Lo que pienso no me gusta. Mañana me apunto a clases de Gimnasia de Mantenimiento. Uno debe cuidarse física y mentalmente.
Me levanto y camino por el parque convencido, como Ortega, de que el triunfo del deporte significa la victoria de los valores de la juventud sobre los valores de la senectud.

Bloom-Withno

Historias a un amigo (3 de 4)

Los sueños rotos

El fútbol, para mí, a los 12 años, estaba en todas partes, lo impregnaba todo, era casi como Dios: Una presencia constante. Y a los trece también. Pero la parte más importante, o la principal, se truncó una mala tarde en un partido intrascendente a los veinte años. Una lesión en la que me destrocé la rodilla. Al parecer, era una triada. Me rompí el Ligamento Cruzado Anterior, el Ligamento Lateral Interno y el Menisco Interno.
Desde esa tarde, mi cuerpo no volvió a ser el mismo otra vez. Operaciones, rehabilitaciones, recuperaciones, vuelta al entrenamiento, recaídas, más operaciones… un sin fin de complicaciones. Mi rodilla dijo que no quería jugar más y a mí ni me preguntó. Una triada…
Si la imagen de Dios era la Santísima Trinidad, lo mío era una triada nada santa. Llegó, como todo lo malo, en el peor momento.
Siempre quise ser futbolista profesional, y cuando pensaba que lo podía alcanzar, ocurrió todo esto. Mi ánimo se quebró, era infeliz y hacía infelices a cuantos me rodeaban. Tenía el carácter y el alma enfermos. Me volví solitario, apático y rencoroso con todo aquel que pudiera hacer deporte de una manera normal. Mi fuerza de voluntad estaba hecha añicos por una fatalidad del destino.
Mi familia me acompañaba en todo momento y siempre tenía en ellos una mirada cálida en la que sostenerme. Parece mentira que no me abandonaran allí, después de los miles de desplantes que les hice en todos esos años en aquellas interminables sesiones de fisioterapia. Hasta que un día…
- ¿Vas a dejar de gimotear y enfadarte como un niño pequeño de una vez?
El fisioterapeuta estaba harto de mí. Era cuestión de tiempo, hacía enfurecer a todo el que me rodeaba y ni me importaba.
- ¿Qué más da? –dije con todo el aplomo que pude. No voy a poder jugar al fútbol otra vez.
Me sabía mi papel de memoria y lo perfeccionaba en cada actuación. El mundo me odia, esto me ha pasado porque la vida lo ha querido y yo soy simplemente una víctima inocente que lamenta su cruel destino. Todo teatralizado, claro está. Sólo importaba yo. Ahora él diría algo así como que eso no era cierto y que volvería a jugar al fútbol cuando menos lo esperase.
- Es cierto. No creo que puedas volver a jugar al fútbol. O al menos como tú quieres. Pero maldiciendo la suerte que tienes no vas a arreglar nada, y tú lo sabes –dijo con una tranquilidad pasmosa.
Yo era un chaval caprichoso. No me gustaba que me dijeran cosas de este tipo. Él tenía las rodillas bien. ¿Qué sabía él de mi sufrimiento?
- Sabes, llevo muchos años tratando lesiones de rodilla, y siempre las personas que han tenido más fuerza de voluntad y buen ánimo han sido los que se han recuperado en menor tiempo.
- Eso lo dices para que deje de quejarme y no darte la lata –dije con desprecio.
- Al igual que el mundo no gira sobre ti, tu cuerpo no es sólo tu rodilla.
Me miraba con atención, con sus ojos clavados en mí y una sonrisa tranquilizadora en los labios. Al rato, se fue a mirar a otros pacientes y me dejó solo.
Ese día no cambió nada, pero poco a poco interioricé lo que me quiso decir. Quizá ya era hora de dejar de llorar mis penas y empezar a recuperar algo más que mi rodilla.
Nunca pude volver a jugar al fútbol y a cada cambio de tiempo mi rodilla se acuerda de ese día donde me dejé mi carrera futbolística. Pero eso no importa.
Ahora soy yo el que ayuda a otros deportistas lesionados, los animo para que no cejen en su empeño. Algunos son fuertes, otros menos consistentes, y de vez en cuando aparece algún joven con sueños de estrella truncados y rencor acumulado, y lo miro a los ojos y le digo que no se preocupe, que todo va a ir bien, que hay vida más allá de una lesión. Él no me cree, igual que yo no creía al principio a mi fisioterapeuta.
Ahora el fisioterapeuta soy yo y mi trabajo consiste en arreglar las rodillas maltrechas de mis pacientes. Gracias a Dios (o a la Triada) encontré lo que quería ser. Me encontré a mí.

Bloom-Withno

miércoles, 11 de enero de 2012

Historias a un amigo (2 de 4)


Conversaciones deportivas

- En resumidas cuentas, ganar es lo importante –dijo él mientras cogía una patata y se la metía en la boca.
No estaba para nada en absoluto de acuerdo con su postura. Intenté explicarle mis razones.
- Ganar es sólo un fin que se logra a través de muchos esfuerzos. Es un objetivo, pero no puede ser el único. No se puede ganar por todos los medios.
Mi postura no le sedujo lo suficiente.
- Tú y tus teorías románticas del deporte. El deporte es igual que la vida: Lo que importa al final es quien gana. No hay lugar para los perdedores.
Desde luego, él era más práctico que yo. En una cosa tenía razón: La vida es como el deporte, los valores que trasmites dentro de una cancha son los tuyos.
- Pero los valores del deporte- proseguí- deben ser los que…
- Los valores, los valores –interrumpió. Tú y tus valores. Yo no quiero tus valores. Eso es muy bonito, pero no valen para nada. De los valores se acuerda uno cuando pierde, cuando ganas sólo disfrutas del éxito. Y eso es lo que te provoca alegría, ganar.
Debía buscar argumentos más sólidos que unas viejas teorías, al parecer.
- ¿Recuerdas a Ben Johnson en Seúl? Ganó, cierto, pero se dopó y fue desposeído de la medalla y fue una vergüenza para el deporte.
Se quedó pensativo por un momento. Sabía que con eso no podía hacer mucho, pero al menos era un argumento.
- Es que si te dopas estás infligiendo las normas, eso está claro. Pero hablamos de cuantificar el éxito en base a algo. Yo lo hago en ganar. Tú lo haces en participar.
Yo apenas probaba bocado. Él, profesor de matemáticas me estaba hablando a mí, el de Educación Física, sobre deporte desde una perspectiva totalmente estadística. Algo muy propio de su especialidad, por otra parte.
- Es como si te digo que los números son sólo números independientemente del orden. Que lo importante es que dos y dos sean cuatro – arriesgué a decir sin mucho convencimiento.
Tragó un gran trozo de carne que tenía en su boca. Sabía que iba a decir algo muy elocuente. Decidí beber un gran sorbo de agua.
- Es que los Números son algo que están presentes desde el principio de los Tiempos. Desde que el Hombre es Hombre –dijo con una grandeza y pompa fuera de lo normal. No como el deporte que tiene muy pocos años- prosiguió diciendo mientras comía un puñado de patatas fritas.
- El deporte es salud, fortaleza, resistencia, adaptación…cualidades que ha descubierto en si mismo merced al impacto histórico de la Educación Física- dije de carrerilla.
- Bonita frase.
- Gracias, pero no es mía. Es de…
- Ya estáis el de Matemáticas y el de la Magnesia hablando de deporte –dijo una oronda persona que se sentaba a nuestro lado.
- Es Gimnasia –dije al conserje. Aunque en realidad el término es profesor de Educación Física.
- Como tú quieras profe- dijo mientras me quitaba una de mis patatas. Estaba claro que el profesor de matemáticas le caía mejor.
- Hoy que toca, ¿Fútbol, baloncesto, tenis?- dijo con la boca llena.
- Hablábamos de si lo que importa es ganar de cualquier manera o por el contrario, ganar de una manera acorde a unos valores –dijo mi colega al conserje como si estuviera explicando ecuaciones de segundo grado.
- Pues está claro- dijo el conserje. Ganar como sea.
Ambos me miraron. En mis ojos se veía una decepción ya prevista. No podía convencer a ninguno de los dos sobre los valores del deporte y la Educación Física si ninguno los había experimentado. Era un esfuerzo inútil por mi parte.
- Se me hace tarde- dije como pretexto para levantarme de la mesa. Tengo todavía cosas que hacer antes de dar clase.
Me despedí de ambos. Mientras salía por la puerta oí al conserje preguntar al profesor si había visto el partido de ayer de la Champions League de fútbol…

Bloom-Withno

Historias a un amigo (1 de 4)


Abnegación


Otra vez hemos perdido. El equipo no reacciona y cada vez la cosa va a peor. Miro a mis compañeros, sentados junto a mí, con el sudor empapándoles el rostro y la mirada perdida. El silencio lo invade todo. Empiezo a pensar que esta situación va a ser insostenible y que todas las horas invertidas en este deporte no sirven para nada. Frente a mí veo una frase que reza: “Eres tan bueno como el peor de tus compañeros”. Al lado otra que dice: “Perder fiel a tus ideales no es fracasar”. Hoy hemos perdido, otra vez. En mi cabeza resuenan otro tipo de frases, tales como “Todo deporte, en cambio, es trabajo estéril, cuando no juego estúpido”. Siento rabia e impotencia y mis compañeros también. No nos dejamos la piel en esto para sentirnos así.
Quizás si viviéramos de este deporte la sensación no sería tan amarga. O puede que sí. Lo que si ha aprendido uno a lo largo de los años es que a nadie le gusta perder. Algo tendrá el ganar que nadie quiere perder.
Camino a la ducha abatido, y reparo casi sin darme cuenta en otro compañero, mucho más joven que yo, llorando de rabia, con lágrimas cayendo mientras se muerde los labios para no gritar. Pienso en que tengo que dar ejemplo, dar muestras de entereza y coraje, a fin de cuentas, es labor de la gente con experiencia (y yo soy uno de ellos) ejercer de guías para los más jóvenes. Echo un vistazo alrededor del vestuario: Ropas en el suelo, vendas esparcidas por todos los lados, esparadrapos, tiras, cintas, botellas vacías…
Miro a mi joven compañero y recuerdo como era yo a su edad. Me veo en su mirada, la misma rabia y frustración cuando algo no salía bien. Y pienso en que el deporte no es estéril, si no un vehículo donde yo he crecido, madurado, errado y acertado a partes iguales y que han ayudado a ser la persona q soy.
El entrenador entra al vestuario. Comienza a decir las típicas frases que se dicen en este momento, lo normal en estos casos. Yo le escucho con parsimonia, intentando encontrar en lo que dice un poco de aliento que me ayude a no tener esta sensación de vacío. Ninguno de mis compañeros dice nada. Desde que hemos entrado al vestuario sólo el entrenador ha dicho algo. El silencio es algo extraño, ajeno a un equipo, donde siempre hay gente que habla, uno cuenta anécdotas, otro canta, y algún veterano hace pequeñas bromas a los más jóvenes. Pequeños rituales que se reproducen desde el comienzo del deporte. Entrar al vestuario para entrenar es ir a un lugar donde te encuentras bien. O así debería ser. Ahora mismo no es así. Sigo escuchando al entrenador mientras mi mente viaja a algún lugar donde pueda encontrarme bien.
- La única opción que tenemos es seguir trabajando para el próximo partido. No podemos hacer otra cosa más-dice el entrenador mientras nos mira a todos. Es de las pocas frases que me han sacado de mi letargo. Al rato, decide salir del vestuario. Está igual de afectado y comprometido como nosotros. Por eso somos un equipo.
Pienso entonces en las épocas cuando las cosas no han ido bien, cuando ir a entrenar no era lo divertido y motivante que era, y como, en cualquier momento, la situación cambia y se pasa del fracaso más absoluto a la alegría desbordada. Me acuerdo de todo el camino andado hasta aquí. Entonces sonrío. No he llegado hasta aquí junto a mis compañeros para bajar los brazos y abandonarme.
- La próxima vez ganaremos –digo a mi joven compañero mientras poso mi brazo en su hombro. Nadie dijo que esto fuera fácil.
Él me mira desconcertado. Esbozo una sonrisa y noto como él se siente más confiado.
Poco a poco, mis compañeros comienzan a hablar, el ambiente se relaja y yo sólo puedo pensar en jugar el próximo partido. El partido donde sé que no voy a perder.

Bloom-Withno

domingo, 8 de enero de 2012

Señoras busquen señores

Su cuerpo es fino nácar. De su piel se desprenden minúsculas gotas de sudor que resbalan por su delicado cuerpo, erizándose el vello a su paso. No morirá. No la dejaré morir. O al menos, no hoy. ¡Contemplad antepasados míos, lo que vuestro descendiente va a hacer! Ninguna noche será como esta. Ninguna otra noche volverá a ser lo que era. ¡Mi nombre se aprenderá en las escuelas, correrá la ambrosía en las tabernas! Blande espada mía el viento, pues nadie nos va a robar la inmortalidad que ganaremos esta noche.
Ahí está. Por fin lo veo, frente a mí. El miedo no fluye dentro de mí ni mi corcel retiene su brío. ¡La hora de Walpurgis se acerca! Aunque su fuego caliente mi cuerpo, mi espada helará su furor. Mírame monstruo, eres mío.

- Bien hecho está lo que bien acaba. ¿Acaso lo dudas, Amor?
- Mi valiente héroe, ni por un segundo. Más no quiera ese monstruo aparecer otra vez en el pueblo.
- Doncella mía, despójate de tus miedos. La bestia no aparecerá, lo juro por mi vida.
- En tu fuerza confío mi vida y la de mi pueblo.

Burla burlando el sendero propio de las que traen para sí la vida y dan protección a sus retoños, cuyos miedos o temores nunca fueron infligidos por persona o cosa superior a la suya misma, sabiendo muy bien que sus problemas fueron siempre terrenales y que ella, dádivas de vida, son las que mueven el mundo, brindemos sin cesar por ellas: ¡Que vivan las mujeres!

Reyes e hijos de reyes intentaron poner sus pies en estos terrenos prohibidos para el hombre rico, pues bien sabe el pobre que para ellos está destinado otro mundo, pues este, claramente, para ellos no lo está. Riamos y demos gracias a los amos, pues sus corazones son buenos y afectuosos, y dejemos que vivan la vida los pobres, pillastres, ladrones, holgazanes, haraganes, sanguijuelas y demás calaña, puesto que su vida, si vida es, no vale nada, y la de los ricos reyes que hinchan sus panzas, por mucho que crean, tampoco es, puesto que niegan la mayor: Ser felices.
A un amigo,

Bloom-Withno

martes, 3 de enero de 2012

Momentum

"Ineluctable modalidad de lo visible" (frase extraída del libro "Ulises", de James Joyce)

Me encantaría cogerte de la mano e intentar explicarte todas las sensaciones que mi cuerpo transmite. Mi cabeza bulle, estalla, destruye, crea, no para de pensar mil y una cosas para después pararse en seco, no pensar, y volver a reanudarse en una espiral loca. Algo ha llamado mi atención. Y ha despertado mi cerebro.
Creo que fue Monterroso el que dijo algo así como que todo lector llega a un momento donde se cree escritor. Pues yo ahora quiero escribir, en este preciso momento. No, no es que quiera, es que lo necesito.
La cabeza da vueltas y más vueltas buscando centrarse en un tema, en querer aprehender, cohesionar, una idea. Pero no, no ahora, no aquí. No quiero encorsetar el texto hoy. No es el momento.
Un blog, un texto, un grito, una idea diluida, apenas perceptible, algo que no necesita estructura. Un momento, un instante solo, algo breve.
Solo escribir sin decir, sin retórica, sin grandes frases analíticas, nada de grandes argumentos. Solo ser un suspiro breve en un tiempo ínfimo. Solo un estallido de alegría por ser feliz mientras golpeo el teclado, apoyo las yemas de los dedos sobre las teclas, y las pulso aceleradamente, todo ritmo y armonía, hasta que mis dedos sangren. No pares, no ahora.
El gozo es algo escaso, poco común, que nos hace vivir estos momentos por los que merece la pena vivir, por ser optimistas en un mundo de tinieblas, por perseguir algo irrealizable, por ser, joder, por ser una vez, algo más que nosotros mismos. Por saber que lo que quieres está ahí, y solo tú puedes cogerlo. Porque furiosa, tu alma traza las líneas de tu destino y galopa con el corazón bombeando litros de sangre poderosa que te hacen ser único y especial en un preciso instante que se graba de manera indefectible en tu memoria y que en tu lecho de muerte puedes recordar y sentirte bien, sabiendo que lo hiciste, y que lo volverías a hacer.
Es de eso, amigos, de lo que os hablo. ¿ Sabéis, vosotros, qué es?