lunes, 1 de junio de 2015

Una musa en mi cabeza

Uno siempre tiene una musa en la cabeza a la que escribe. Esto lo sabían los griegos, y antes de los griegos los corintios, y antes de los corintios los egipcios y cualquier otro ser que no pueda reprimir las ganas de escribir.

Escribir mientras sangras, apretando los dientes y los puños, pelándote la piel de los nudillos en cada letra que estrujas contra el tejado, hundiendo la falange hasta que todo chirría, pues no hay otra forma de escribir. Escribir a lo crudo, escribir a lo seco. Como un viento cortante, como una navaja de afeitar en el que cada lijazo por el cuello es un tiro al aire.

Pero hay otros días en los que uno no puede ser tan intenso. Admitámoslo, ser "demasiado intenso" borra de un plumazo el concepto de intensidad y eso además satura a cualquiera que se pare por la calle a hablar con uno. No, la gente no quiere gente intensa. A veces, alguna gente no quiere ni gente.

Otros días es mucho más entretenido jugar con el lenguaje, modificarlo, retorcerlo, darle mil vueltas hasta que nuevas palabras flotan, surgen y brillan en todo su esplendor, como cuando un niño pequeño sonríe mientras tiene un juguete en su mano y el sol saluda a su paso. Una tierna manera de recordar el calor de los que están vivos y a los que el futuro pertenece.

En realidad todo es cuestión de colores. Solo tienes que elegir uno. ¿Quieres ser un negro que inunde todo, quizá un rojo tan incandescente que te hiera solo con verlo? ¿Qué eres? ¿Quién quieres ser? Puedes ser todos o ninguno, pero siempre habrá uno que te identifique. Tener un azul bonito que transmita calma allá por donde vayas o un morado que nunca olvida lo puta que es la vida. Quizá un verde que llene de vida todo lo que te rodea, qué se yo. Colores...

No se puede tener siempre pena por todo ni alegría en cada gesto, pero puedes intentarlo. Puedes remover cielo y tierra pensando en qué sucederá mañana y solo lo sabrás a ciencia cierta hasta que lo hagas. Puedes engañar a todos menos a ti mismo. Puedes amar a todos menos a ti mismo también. Simplemente puedes hacerlo. Porque poder hacer es lo que te permite avanzar y ser mejor que ayer.

Amarás a hombres y mujeres y los odiarás también. Te descerrajarán el corazón con un olvido, ignorándote, desapareciendo de tu vida dejando una marca indeleble que dolerá para siempre. Pero también habrá gente que te permtirá creerte inmortal, gente buena que puebla esta tierra y a la que solo tienes que identificar. Nunca lo olvides, nunca.

La pregunta es sencilla: ¿Ahora qué? No sé vosotros, pero la sonrisa nunca abandona mi gesto... Que dure, mientras hayan musas que me guíen...

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