martes, 31 de enero de 2012

Zafoneando

El cielo gris cubría Barcelona de un aspecto infernal en esta mañana de Agosto. Yo trabajaba en una pequeña tienda de libros custodiando las novedades que surgían de los más recónditos lugares de la Ciudad Condal, la ciudad donde nunca sale el sol.
Llovía torrencialmente y la cúpula grisácea me acompañaba en mis paseos en el tranvía, mientras hojeaba el último libro que había caído en mis manos: Un manuscrito de un hombre con un oscuro pasado (vale, esto no lo sabéis, pero soy yo el que está contando la historia. ¿He dicho ya que Barcelona era gris?), un oscuro pasado que me arrastraba a sumergirme por la España franquista. La historia iba de lo siguiente: Un hombre, erudito y afectuoso, se enamoró de quien no debía. Y rodaron cabezas.
Esta historia cayó en mis manos gracias a la providencial visita de mi amigo Joaquín Romero de Flores, artista del mangoneo y muerto de hambre sin igual. Fue él quien me habló del Sepulcro de los Libros Apestados, donde se almacenaban historias oscuras (si os fijáis bien, oscuras como Barcelona) de crímenes sin resolver y enigmas en los Palacios en épocas del franquismo. Todo muy lúgubre y gótico. Como Barcelona (¿He dicho ya que era gris, Barcelona?).
Mi interés por la historia creció, y todos los días cogía el tranvía que me dejaba en el Tibidabo. Era un único trayecto, cogía el tranvía y bajaba allí, no tardaba ni diez minutos, pero me gustaba tanto montar en tranvía que hacía el viaje unas veinte o treinta veces antes de bajarme. Y allí estaban los palacios. Palacios, tranvías, tranvías, palacios. Barcelona, gótica, gris, lúgubre. Había un palacio que me gustaba mucho, y puesto que la historia que estaba leyendo hablaba de un crimen en Barcelona (donde nunca sale el sol) me sedujo la idea de ir a uno de esos palacios y leer la novela allí. Eso y llevarme mi ejemplar porno donde podía masturbarme sin que nadie pudiera verme.
Adoraba pasear por esos pasillos, lúgubres y grises (como toda Barcelona en definitiva) desnudo mientras miraba las fotos de mujeres en posturas indecorosas. Me sentía libre.
En uno de mis paseos habituales sin ropa descubrí lo que parecía ser una cripta, pero en realidad era una habitación donde se almacenaban trofeos y medallas de un bar, algo nada glamuroso para un palacio.
Al salir del palacio, la lluvia volvió a perseguirme (la gótica, lúgubre y gris Barcelona, donde llueve trescientas veces al año) y volví a subirme al tranvía en dirección a casa, eso sí, mas desahogado. Algunos días, al bajarme del tranvía, me subía en dirección contraria otra vez. Una vez lo hice cincuenta veces. La gente me decía que era un poco idiota, pero me daba igual, era yo el que se paseaba desnudo en un palacio abandonado, no ellos. Ja.
La historia me atrapó por completo y hasta tuve ensoñaciones: Me creí un personaje de la novela. Mis padres me miraban con cara rara cada vez que les decía que un polícia quería matarme, y que la mujer a la que amaba murió por mi culpa. De hecho, enloquecí tanto que mi buen amigo Romero de Flores también se creyó ser un personaje de la novela, y tuvimos la certeza de que el Sepulcro de los Libros Apestados era real. Todo esto acabó el día que nos duchamos.
Con el tiempo, mi locura transitoria desapareció y dejé mi afición por los tranvías, y puedo decir hasta el día de hoy que mi percepción de la realidad es clara. Por cierto, ¿os habéis fijado lo gris que es Barcelona? Mejor voy a darme una vuelta por el Palacio...
P.D.: Tengo un montón de texto e historias similares (por no decir iguales) que podría aprovechar para una tetralogía (como mínimo).
En Barcelona, esa ciudad oscura...

Bloom-Withno

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