miércoles, 11 de enero de 2012

Historias a un amigo (1 de 4)


Abnegación


Otra vez hemos perdido. El equipo no reacciona y cada vez la cosa va a peor. Miro a mis compañeros, sentados junto a mí, con el sudor empapándoles el rostro y la mirada perdida. El silencio lo invade todo. Empiezo a pensar que esta situación va a ser insostenible y que todas las horas invertidas en este deporte no sirven para nada. Frente a mí veo una frase que reza: “Eres tan bueno como el peor de tus compañeros”. Al lado otra que dice: “Perder fiel a tus ideales no es fracasar”. Hoy hemos perdido, otra vez. En mi cabeza resuenan otro tipo de frases, tales como “Todo deporte, en cambio, es trabajo estéril, cuando no juego estúpido”. Siento rabia e impotencia y mis compañeros también. No nos dejamos la piel en esto para sentirnos así.
Quizás si viviéramos de este deporte la sensación no sería tan amarga. O puede que sí. Lo que si ha aprendido uno a lo largo de los años es que a nadie le gusta perder. Algo tendrá el ganar que nadie quiere perder.
Camino a la ducha abatido, y reparo casi sin darme cuenta en otro compañero, mucho más joven que yo, llorando de rabia, con lágrimas cayendo mientras se muerde los labios para no gritar. Pienso en que tengo que dar ejemplo, dar muestras de entereza y coraje, a fin de cuentas, es labor de la gente con experiencia (y yo soy uno de ellos) ejercer de guías para los más jóvenes. Echo un vistazo alrededor del vestuario: Ropas en el suelo, vendas esparcidas por todos los lados, esparadrapos, tiras, cintas, botellas vacías…
Miro a mi joven compañero y recuerdo como era yo a su edad. Me veo en su mirada, la misma rabia y frustración cuando algo no salía bien. Y pienso en que el deporte no es estéril, si no un vehículo donde yo he crecido, madurado, errado y acertado a partes iguales y que han ayudado a ser la persona q soy.
El entrenador entra al vestuario. Comienza a decir las típicas frases que se dicen en este momento, lo normal en estos casos. Yo le escucho con parsimonia, intentando encontrar en lo que dice un poco de aliento que me ayude a no tener esta sensación de vacío. Ninguno de mis compañeros dice nada. Desde que hemos entrado al vestuario sólo el entrenador ha dicho algo. El silencio es algo extraño, ajeno a un equipo, donde siempre hay gente que habla, uno cuenta anécdotas, otro canta, y algún veterano hace pequeñas bromas a los más jóvenes. Pequeños rituales que se reproducen desde el comienzo del deporte. Entrar al vestuario para entrenar es ir a un lugar donde te encuentras bien. O así debería ser. Ahora mismo no es así. Sigo escuchando al entrenador mientras mi mente viaja a algún lugar donde pueda encontrarme bien.
- La única opción que tenemos es seguir trabajando para el próximo partido. No podemos hacer otra cosa más-dice el entrenador mientras nos mira a todos. Es de las pocas frases que me han sacado de mi letargo. Al rato, decide salir del vestuario. Está igual de afectado y comprometido como nosotros. Por eso somos un equipo.
Pienso entonces en las épocas cuando las cosas no han ido bien, cuando ir a entrenar no era lo divertido y motivante que era, y como, en cualquier momento, la situación cambia y se pasa del fracaso más absoluto a la alegría desbordada. Me acuerdo de todo el camino andado hasta aquí. Entonces sonrío. No he llegado hasta aquí junto a mis compañeros para bajar los brazos y abandonarme.
- La próxima vez ganaremos –digo a mi joven compañero mientras poso mi brazo en su hombro. Nadie dijo que esto fuera fácil.
Él me mira desconcertado. Esbozo una sonrisa y noto como él se siente más confiado.
Poco a poco, mis compañeros comienzan a hablar, el ambiente se relaja y yo sólo puedo pensar en jugar el próximo partido. El partido donde sé que no voy a perder.

Bloom-Withno

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