viernes, 13 de enero de 2012

Historias a un amigo (4 de 4)

En el parque

Paseo por la gran avenida que divide el parque al tiempo que las hojas caen de los árboles poco a poco, mientras el viento hace su trabajo y las barre en pequeños remolinos. A mi lado corren niños sin cesar, más grandes, más pequeños, con una pelota en las manos. Siempre una pelota y muchos niños detrás. A veces alguno llora, otro tiene el chándal roto y su madre lo regaña, lo que suele suceder toda la vida.
Las bicicletas pasan a mi lado a velocidad de vértigo y uno se da cuenta de que ya no tiene edad para hacer este tipo de cosas. Queramos o no, nos hacemos mayores.
Las niñas saltan a la comba con una facilidad inusitada y me pregunto si era así también en mi época, o es que los niños son ahora más enérgicos y ágiles que en mis tiempos de niñez. Puede ser la alimentación, la calidad de vida, alguna cosa de ésas que los que saben de esto dicen por la televisión. En algo tendrán que rellenar el tiempo y justificar su sueldo, me temo.
Oigo un murmullo que se va acercando poco a poco y por mi lado pasan varios jóvenes corriendo. Tienen pinta de ser de un equipo o algo parecido. También frente a mí veo hombres y mujeres corriendo. Haciendo footing lo llaman. Demasiado moderno para mi edad. Correr siempre será correr, o al menos eso creo yo. Claro que en mi época no teníamos tiempo para hacer cosas de este tipo. Pocas ganas tenía uno de ponerse a correr después de estar quince o dieciséis horas trabajando de pie derecho, lo que te apetecía era coger la cama rápidamente.
Me detengo cerca de un banco y me siento. En los columpios unos niños juegan, otros intentan escalar unas cuerdas, y la fuente no para de ser visitada por los sedientos deportistas. Con la vista busco perros. En un parque siempre hay perros. Tampoco encuentro demasiados, la mayoría preocupados en sus cosas, aunque alguno hay que corre junto a su dueño. Me pregunto si los perros quieren correr o el dueño les obliga.
Giro la cabeza y veo en un banco a tres hombres, quizá más mayores que yo. Uno lleva bastón y gafas, parece muy mayor, casi de la edad del banco donde está sentado y apenas habla; Otro, más joven aunque con el pelo ya canoso es el que lleva la voz cantante en la conversación, acompañando sus palabras con gestos ostensibles sin ninguna dirección clara, lanzando los brazos al viento; al tercero se le ha caído el pañuelo al suelo y es incapaz de agacharse a por él sin un gran esfuerzo. Se vuelve a sentar sudando como si hubiera corrido un kilómetro. Alrededor de ellos veo migajas de pan esparcidas por el suelo, y a los pájaros que se ponen las botas con ellas. Las hormigas también sacan tajada de todo esto. Es el ciclo de la vida, supongo.
Cerca de una arboleda veo un grupo de gente que está haciendo gimnasia de mantenimiento. Los veo haciendo ejercicios, estiramientos, en un ambiente saludable. Vuelvo a mirar a los ancianos del banco. Pienso en mi futuro. Lo que pienso no me gusta. Mañana me apunto a clases de Gimnasia de Mantenimiento. Uno debe cuidarse física y mentalmente.
Me levanto y camino por el parque convencido, como Ortega, de que el triunfo del deporte significa la victoria de los valores de la juventud sobre los valores de la senectud.

Bloom-Withno

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