miércoles, 26 de octubre de 2011

Otoño

Rachas de viento, mejillas blancas, labios cortados. Así es el otoño desde el día que lo conocí. Nunca da tregua, incansable siempre en su deseo de erosionar todo lo que toca, como si quisiera limar cada una de las aristas de esta vida incontrolable que llevamos.
Vestimos trajes largos y a las mujeres se les revolotea el pelo. La ciudad presenta un aspecto , macilento, como si no quisiera olvidar nunca esta estampa.
Hasta que las hojas corren por el suelo, y huele a tierra mojada. Gotas inundan la acera y el asfalto se llena de una red de luces rojas y blancas que ponen a prueba nuestra paciencia. Parece que el tiempo corre más rápido, que nunca llegamos a la hora, y así día tras día. Días que amanecen azules se tornan en extraños negros que nos anuncian la llegada del tan esperado otoño, donde en la calle hiela y en la casa abriga. Días de recogimiento, de introspección, de volver a situar tu vida donde estaba. La clave de tu bóveda particular.
Camino con las manos en los bolsillos y la mirada baja, la cara fría, la cabeza dolorida. De vez en cuando aparece una chispa que lo cambia todo por unos instantes: Un olor, una canción, una mirada.
Y el susurro del viento anunciando la llegada de la lluvia que barre las hojas del suelo me dice que ha llegado el momento de plantar, de enraizarse y esperar que crezcan fuertes hasta la primavera, donde la vida será un poco más cálida.
Mi cuerpo es pura roca esquilmada por los remolinos que aparecen en mi camino. Remolinos que danzan a mi paso, que me acarician con su sudor frío y me dicen que no me engañe, que no es época de diversión, si no de trabajo.
Bajo la mirada y aprieto los dientes. Otro otoño me espera.

Bloom-Withno

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