jueves, 17 de noviembre de 2011

Gongoreando

El cielo, otrora azul, tiñóse de un amarillo macilento que anunciaba la llegada de la tarde mientras la perturbada turba deshacíase en fulgurantes movimientos para alcanzar el hogar, donde sus huesos reposen.
Las nínfas esperaban a sus héroes mientras las rosas seguían clavando sus espinas en brazos que enamorados románticos perdidos melancólicos portaban para que su enamorada, una vez requebrada, fuera suya, ciñendo su talle al suyo, mirándose en los acaís y fundiéndose en uno como Penélope al llegar Ulises a Itaca.
Amarillo almibarado que denota la caída del estío y la predominancia otoñal que, cual fragua de Vulcano acontece al rojo endemoniado del invierno que da a su caracter estricto el furor necesario para salir del Tánatos. Rojo sanguinolento que brota de las arterias, cayendo por el cristal hexagonal acuciante de la lluvia cuando está a cero grados. Carmín resultante de una espina en brazos que hirieron con la flecha de Cupido antes para posteriormente, cual Hermes inmaculado, volver a herir con la herida mortal del desamor.
Cual Polifemo roto de amor por Galatea destrozando a Acis, así se desangra el enamorado que, rosa mediante, se ha herido al darse cuenta de que su ninfa no ha venido.
Sólo así uno aprende lo que la vida enseña.

Bloom-Withno

martes, 8 de noviembre de 2011

Parada

Congestión de gente alrededor de un andén esperando un tren que nunca llega. A veces me pregunto por qué la gente se aproxima tanto al borde. ¿Es esa su única oportunidad, en su pírrica vida, de sentir cierto vértigo ante lo desconocido? Otras veces pienso que somos muchos en este maldito planeta, todos iguales, más altos, más bajos, con determinadas normas estéticas o menos convencionales, pero todos iguales. Iguales cuando llega el tren y la puerta se abre.
La manada se echa encima de la masa furibunda que sale de dentro del vagón, expeliendo su terrible e inconfudible aroma, pero da igual, ahora es el momento, necesito encontrar esa pieza de valor incalculable, ese momento de placer donde reposarán mis posaderas: Un asiento de tren.
En momentos como ese, me lo tomo con calma. Subo lentamente las escaleras y me acomodo junto a la puerta situada justo en frente de la que se acaba de abrir. Sólo algunas veces decido sentarme. Pero no me gusta. No me gusta ir sentado en un vagón con miles de personas alrededor, no quiero ser uno más, un número. Parece que esté a punto de ser sellado.
Así pues, me sitúo en la puerta y contemplo el vagón en todo su esplendor. Mucha gente, mucho movimiento, pero me siento aislado. No pertenezco a esa raza humanoide que actúa de manera mecánica. Tengo en mi poder la herramienta necesaria para que el aislamiento surta efecto: La Música.
Mientras oigo música en mis cascos veo a gente subir, bajar, pelearse por un asiento, hablar por el móvil, mirar el culo de la chica de al lado, clavar la mirada en el chico que se sienta frente a ti (sí, a ti), ver a pseudoagentes paseando como si fuera Ok Corral, y a multitud de madres incapaces de hacer que su bebé pare de llorar.
La vida, en esos momentos, parece sencilla, soy un mero observador de la realidad, un narrador externo.
Hasta que algo va mal. Miró la batería del Ipod. Se desvanece. Calculo el tiempo que le queda de batería en canciones (porque no nos engañemos, el tiempo se mide en canciones), calculo el tiempo que me queda para llegar. Y sé que no llegaré al final, que antes de que ponga los pies en mi destino, seré contaminado por el mundo que me rodea.
Y así, con una nota quebrada o una frase a medio acabar, mi Ipod me dice que se acabó el sueño y comienza la pesadilla.
Oigo vías que chirrían, hierros que se mueven, conversaciones superfluas y nada atractivas, y hasta un maldito móvil del que sale una cosa horrible que fue una pretensión musical en algún tiempo. Maldigo mi Ipod, y puesto que no tengo escapatoria, busco un sitio para sentarme. Y busco dentro de mí algo que me diga "vamos, aguanta, sólo una parada más, solo una parada".

Bloom-Withno