jueves, 17 de noviembre de 2011

Gongoreando

El cielo, otrora azul, tiñóse de un amarillo macilento que anunciaba la llegada de la tarde mientras la perturbada turba deshacíase en fulgurantes movimientos para alcanzar el hogar, donde sus huesos reposen.
Las nínfas esperaban a sus héroes mientras las rosas seguían clavando sus espinas en brazos que enamorados románticos perdidos melancólicos portaban para que su enamorada, una vez requebrada, fuera suya, ciñendo su talle al suyo, mirándose en los acaís y fundiéndose en uno como Penélope al llegar Ulises a Itaca.
Amarillo almibarado que denota la caída del estío y la predominancia otoñal que, cual fragua de Vulcano acontece al rojo endemoniado del invierno que da a su caracter estricto el furor necesario para salir del Tánatos. Rojo sanguinolento que brota de las arterias, cayendo por el cristal hexagonal acuciante de la lluvia cuando está a cero grados. Carmín resultante de una espina en brazos que hirieron con la flecha de Cupido antes para posteriormente, cual Hermes inmaculado, volver a herir con la herida mortal del desamor.
Cual Polifemo roto de amor por Galatea destrozando a Acis, así se desangra el enamorado que, rosa mediante, se ha herido al darse cuenta de que su ninfa no ha venido.
Sólo así uno aprende lo que la vida enseña.

Bloom-Withno

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