domingo, 5 de octubre de 2014

Un otoño en Madrid

Madrid es una ciudad con más de un millón de esquinas donde te atraviesan el corazón sin misericordia cuando caen las primeras hojas de otoño. Un asesino silencioso recorre las calles oliendo sangre y no duda en salir a por sus víctimas.
No es París, ni Roma, donde el invierno esconde una cara mortífera entre esas grandes catedrales, donde cada mirada de cada estatua te aniquila inmisericorde. No. Madrid no espera al invierno, y es mucho más mortífera.

Porque Madrid, en otoño, inspira melancolía, ternura, e incluso hasta un punto de felicidad. Llegan las primeras lluvias, el olor a tierra mojada, la lenta letanía de los transeúntes que recorren sus calles, el olor a café recién molido, el de los paseos con las hojas cayendo. Una trampa mortal.

Uno puede quedarse perfectamente atrapado en Madrid, en su tela mágica, esa red tejida por una araña poderosa que no te suelta y te recuerda una y otra vez tu estado de ánimo. Madrid puede ser una ciudad muy puta si quiere.

Más si eres extranjero. Si has pisado Madrid y vienes del norte no entenderás nunca la ciudad y echarás de menos ciertas actitudes. Si eres del sur, nunca entenderás la capacidad de morir y nacer cada noche que tiene Madrid.

Llego a casa calado hasta el tuétano por una lluvia improvisada, una de las muchas que mi cuerpo sufre cada vez que paseo por este bendito lugar del mundo que conecta perfectamente con mi ánimo: el otoño en Madrid, donde todo se tuerce y se mira en diagonal. Una perspectiva perfecta para mí.

Sonrío porque sé dónde estoy y lo que la ciudad me exige, demanda de mí nada más y nada menos que mi vida, mi consumo de energía necesario para que ella pueda traquetear sin problemas, despidiendo carbón y humos tóxicos para sentirse viva.

Sí, Madrid es una ciudad muy puta en otoño. Pero a mí me encanta.
No se acerquen a Madrid si no están preparados.
En cada esquina
En cada una de ellas
Descansa un asesino.

No lo olviden

Bloom-Withno

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